Nació en Milan, 1847. Inventor norteamericano, el más genial de la era
moderna. A los doce años, sin olvidar su pasión por los experimentos, consideró
que estaba en su mano ganar dinero contante y sonante materializando alguna de
sus buenas ocurrencias. Aprendió a telegrafiar y, tras conseguir a bajo precio
y de segunda mano una prensa de imprimir, comenzó a publicar un periódico por
su cuenta, el Weekly Herald.
En los años siguientes, Edison peregrinó por diversas ciudades
desempeñando labores de telegrafista en varias compañías y dedicando su tiempo
libre a investigar. En Boston construyó un aparato para registrar
automáticamente los votos y lo ofreció al Congreso.
Perfeccionó el telégrafo automático, inventó un aparato para
transmitir las oscilaciones de los valores bursátiles, colaboró en la
construcción de la primera máquina de escribir y dio aplicación práctica al
teléfono mediante la adopción del micrófono de carbón.
Recién instalado en Menlo Park, se hallaba sin embargo totalmente
concentrado en un nuevo aparato para grabar vibraciones sonoras. La idea ya era
antigua e incluso se había logrado registrar sonidos en un cilindro de cera,
pero nadie había logrado reproducirlos. Edison trabajó día y noche en el
proyecto y al fin, en agosto de 1877, entregó a uno de sus técnicos un extraño
boceto, diciéndole que construyese aquel artilugio sin pérdida de tiempo. Al
fin, Edison conectó la máquina. Todos pudieron escuchar una canción que había
entonado uno de los empleados minutos antes. Edison acababa de culminar uno de
sus grandes inventos: el fonógrafo. Pero no todo eran triunfos.
En abril de 1879, Edison abordó las investigaciones sobre la luz
eléctrica. La competencia era muy enconada y varios laboratorios habían
patentado ya sus lámparas. El problema consistía en encontrar un material capaz
de mantener una bombilla encendida largo tiempo. Después de probar diversos
elementos con resultados negativos, Edison encontró por fin el filamento de
bambú carbonizado. Inmediatamente adquirió grandes cantidades de bambú y,
haciendo gala de su pragmatismo, instaló un taller para fabricar él mismo las bombillas.
Luego, para demostrar que el alumbrado eléctrico era más económico que el de
gas, empezó a vender sus lámparas a cuarenta centavos, aunque a él fabricarlas
le costase más de un dólar; su objetivo era hacer que aumentase la demanda para
poder producirlas en grandes cantidades y rebajar los costes por unidad. En
poco tiempo consiguió que cada bombilla le costase treinta y siete centavos: el
negocio empezó a marchar como la seda.
El Congreso se ocupó de su fama, calculándose que Edison había añadido
un promedio de treinta millones de dólares al año a la riqueza nacional por un
periodo de medio siglo. Nunca antes se había tasado con tal exactitud algo tan
intangible como el genio. Su popularidad llegó a ser inmensa. En 1927 fue
nombrado miembro de la
National Academy of Sciences y al año siguiente el presidente
Coolidge le hizo entrega de una medalla de oro que para él había hecho grabar
el Congreso. Tenía ochenta y cuatro años cuando un ataque de uremia abatió sus
últimas energías. Falleció en West Orange en 1931.
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