lunes, 29 de septiembre de 2014

ANTONIO JOSÉ DE SUCRE

ANTONIO JOSÉ DE SUCRE
El General Antonio José de Sucre nació en la ciudad de Cumaná, Venezuela, el 3 de Febrero de 1795, de padres ricos y distinguidos.
Recibió su primera educación en la capital de Caracas. En el año de 1808, principió sus estudios en Matemática para seguir la carrera de ingenieros. Empezada la revolución se dedicó a esta arma y mostró desde los primeros días una aplicación y una inteligencia que lo hicieron sobresalir entre sus compañeros. Muy pronto empezó la guerra, desde luego el General Sucre salió a campaña. Apenas un puñado de valientes, que no pasaban de cien, intentaron y lograron la libertad de tres provincias. Sucre siempre se distinguía por su infatigable actividad, por su inteligencia y por su valor.
El General Sucre sirvió al Estado Mayor General del Ejército de Oriente desde el año de 14 hasta el de 17, siempre con aquel celo, talento y conocimientos que los han distinguido tanto. El metodizaba todo; él lo dirigía todo, más, con esa modestia, con esa gracia, con que hermosea cuanto ejecuta. En medio de las combustiones que necesariamente nacen de la guerra y de la revolución, el General Sucre se hallaba frecuentemente de mediador, de consejo, de guía, sin perder nunca de vista la buena causa y el buen camino. El era el azote del desorden y, sin embargo, el amigo de todos.
Después de la batalla de Boyacá, el General Sucre fue nombrado Jefe del Estado Mayor General Libertador, cuyo destino desempeñó con su asombrosa actividad. Luego fue destinado desde Bogotá, a mandar la división de tropas que el Gobierno de Colombia puso a sus órdenes para auxiliar a Guayaquil que se había insurreccionado contra el Gobierno Español. Allí Sucre desplegó su genio conciliador, cortés, activo, audaz.
Dos derrotas consecutivas pusieron a Guayaquil al lado del abismo. Todo estaba perdido en aquella época: nadie esperaba salud, sino en un prodigio de la buena suerte. Pero el General Sucre se hallaba en Guayaquil, y bastaba su presencia para hacerlo todo. El pueblo deseaba librarse de la esclavitud: el General Sucre, pues, dirigió este noble deseo con acierto y con gloria. Triunfa en Yaguachi, y libró así a Guayaquil.
La Batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria americana, y la obra del general Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta, y su ejecución divina. Ayacucho es la desesperación de nuestros enemigos. 
El General Sucre es el Padre de Ayacucho: es el redentor de los hijos del Sol; es el que ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el imperio de los Incas. La posteridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco Capac y contemplando las cadenas del Perú rotas por su espada. Convocó una asamblea en Chuquisaca (ciudad que, en 1840, recibiría la denominación de Sucre en su honor) que decidió la independencia del Alto Perú el 6 de agosto de 1825, pasando a llamarse República de Bolivia. Sucre fue el primer presidente de esta nueva nación desde el 28 de octubre de 1826, y a los dos años renunció para retirarse a la vida privada y reunirse en Quito con Mariana Carcelén, marquesa de Solanda, con quien se había casado por poderes el 20 de abril de 1828.

Pero aún le tocaba cumplir una función pública, la de presidir el último Congreso de la República de la Gran Colombia el 20 de enero de 1830. Tras relatar ante éste el fracaso de su gestión en la frontera venezolana, salió de Bogotá camino de Quito. En una emboscada tendida en la montaña de Berruecos, en el suroeste de la actual Colombia, Sucre murió asesinado el 4 de junio de ese año. Sus restos mortales reposan en la catedral de Quito.

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