lunes, 22 de septiembre de 2014

JOSÉ MARÍA EGUREN

JOSÉ MARÍA EGUREN
(1874 – 1942)

De más alto interés que muchos coetáneos suyos que en su tiempo gozaron de una extrema popularidad, la vida de este sin embargo menos conocido poeta no conoció de mayores accidentes notables y puede vérsela como el cumplimiento fiel, en apartamiento y soledad, de una rigurosa vocación poética y artística general. Por razones de su precaria salud (fue débil y enfermizo desde pequeño), de niño y adolescente pasó largas temporadas en el campo, en algunas haciendas de la familia; y esta experiencia inmediata de la naturaleza, que el inquieto muchacho apuraba con curiosidad y fruición, fue decisiva en el refinamiento de los sentidos que luego su poesía revelará. Más tarde se traslada a Barranco, una tranquila villa-balneario junto al mar y próxima a la capital del Perú, donde residirá en paz y sosiego absolutos durante más de treinta años. Por los mismos motivos de salud no había podido completar regularmente sus estudios y ahora, en Barranco, compensará esa deficiencia con la lectura voraz de decadentes y simbolistas europeos (principalmente franceses: Baudelaire, Verlaire, Mallarmé, Rimbaud, Octave Mirbeau, pero también D´Anunzio); de la literatura infantil de los nórdicos (Grimm, Andersen); y de los grandes maestros del prerrafaelismo y el esteticismo inglés (Ruskin, Rosetti, Wilde), todos los cuales dejaron una huella, pero muy asimilada y personal, en su obra de creación y en su pensamiento poético. Se dedicó también, intensa y continuadamente, a la pintura; y fue un artista plástico de gran interés que concluyó llevando a sus acuarelas y dibujos las figuras y los motivos enigmáticos en su misma poesía.

Por dificultades económicas que afectaron a la familia, se traslada en los últimos años de su vida a Lima, y allí ejerce el modesto puesto de bibliotecario del Ministerio de Educación. Parece que fue un hombre sencillo, afable, entrañable, de personalidad simpática y hasta candorosa, que se granjeó la admiración y el respeto de peruanos ilustres de su época (desde Manuel González Prada hasta Jose Carlos Mariátegui) y de sus amigos íntimos, que han dejado de él cálidas evocaciones de la devoción y el afecto que su persona despertaba. Se entretenía, casi infantilmente, con cosas pequeñas pero siempre relacionadas con el arte: se mostraba, por ejemplo, muy orgulloso de haber inventado una minúscula máquina fotográfica ("del tamaño aproximado de un corcho de botella", cuenta su biógrafo, crítico y amigo Estuardo Núñez) con la que tomaba fotos en miniatura del paisaje y de animales y plantas. Ya en su alta madurez logró en su país el justo reconocimiento público que, por la inercia habitual de la crítica, le había sido inicialmente negado. Pero vivió en un silencio y recogimiento cordial, nada hosco, en una suerte de correlato o metáfora existencial de su propia poesía, desligada sin acritud de la realidad material e histórica. Una declaración suya, emitida sólo dos años antes de su muerte, casi resume el sentido íntimo de todo su quehacer vital y creativo: "Vivo cercando el misterio de las palabras y de las cosas que nos rodean".

Hacia 1929, y cuando estrictamente poética (al menos, la de su lirismo en verso) parecía debilitada o extenuada, se dio al ejercicio de la prosa, que antes apenas había cultivado. (Curiosamente por esas mismas fechas, en un contemporáneo español de Eguren, Antonio Machado, se habría de producir un muy similar encauzamiento hacia la prosa de su tarea de escritor y aun rigurosamente de poeta). El peruano comenzó a publicar entonces (primero en Amauta, la importante revista que fundara y dirigiera Mariátegui, y después y más frecuentemente en La Revista Semanal de Lima y en otras publicaciones (unos fascinantes artículos en prosa, de temática diversa y de índole entre ensayística y poemático (algunos eran verdaderos poemas en prosa), que son de gran interés para adentrarnos en su personal visión de la naturaleza y el arte. Entre 1930 y 1931 dio a las prensas los más de ellos donde, según sus palabras, "No me produzco como filósofo sino siempre como poeta", pues al conocimiento, añade, se pude llegar "por el camino más vasto, desordenado y misterioso de los ensueños poéticos". Se sabe que intentaba recoger esos artículos en libro; pero esto no llegó a producirse sino póstumamente: en la edición que, bajo el título de Motivos estéticos, realizara Estuardo Núñez en 1959. Hoy pueden leerse también, con el rótulo simplificado de Motivos (que parece era el que el autor destinaba para el conjunto) en la más fidedigna edición suya con que al cabo contamos: la ejecutada, con gran rigor y abundante acopio de notas aclaratorias y material bibliográfico, por Ricardo Silva-Santisteban: las Obras completas (1974) de Eguren que se anota en la Bibliografia. De sentido y valor más que meramente ancilar, esos Motivos son un complemento indispensable para la apreciación del norte a que apuntaba su trabajo de creación lírica.

Y aquí viene la "rareza", de común señalada en este poeta. Anti-declamatorio, anti-retórico, anti-elocuente; nada explicativo, nada descriptivo, nada narrativo (en una palabra: felizmente antichocano, su contrapartida más notable en las letras de su país), Eguren se entra con pulso firme, desde su primer libro, en una poesía que descansa fuertemente sobre la incursión tenaz por los mundos del misterio y el sueño. Una poesía que, en su empeño de rehuir la réplica realista y aun la recreación parnasista, se apoya sólo en la sugerencia y la impresión, las correspondencias y las sinestesias, el símbolo con su poder de vinculación entre el fenómeno sensible y su significación transvisible, los colores tamizados y los matices imprecisos, la música fiel pero asordinada, y una querencia especial por los ambientes de niebla y nocturnidad. Todo ello alude, para resumirlo en una sola noción, al ámbito espiritual y estético del simbolismo. Por ello se ha podido llegar ha decir que "Eguren es el único poeta simbolista de la lengua castellana que merezca llamarse tal" (Ricardo Silva-Santisteban); y aun el libro Eguren, el obscuro, de Xavier Abril, pudo subtitularse adecuadamente El simbolismo en América.

Esta correcta adscripción del poeta a la estética simbolista, hoy unánimemente admitida con toda legitimidad, ha causado sin embargo algunas dificultades en cuanto a la recta ubicación de Eguren en la historia literaria. En efecto, suele afirmarse que éste trasciende o supera el modernismo porque fue a beber, precisamente, en las esencias más vivas del simbolismo. Y hay en esta valoración algo erróneo y precipitado: el hecho de enfrentar ambas modulaciones artísticas como totalmente opuestas e irreductibles. Ya reconocemos, al fin, que el simbolismo fue, entre las estéticas que confluyeron en el sincretismo modernista, la más alta y válida, en términos de pura poesía y de permanencia (si bien entonces no la más ostensiva, al estar nublada por orientaciones más deslumbrantes y luminosas, como las del parnasianismo y otras). Pero no se traiciona el modernismo si, como lo hizo Eguren, se intenta depurar la veta simbolista, liberándola de cualquier ingrediente adicional que a los efectos de tal depuración pudiera resultar espurio. No se considera razón válida, para expulsar a un poeta de la nómina modernista, el hecho de haber escrito una composición, o todo un libro, parnasianista. ¿Por qué proceder de contrario modo si lo que otro poeta tiene en su haber es una obra completamente simbolista? La cuestión está planteada mal desde su enfoque porque sigue operando sobre la identificación excluyente de modernismo y preciosismo superficial, que la crítica más seria y comprensiva de los últimos tiempos ha abolido definitivamente.

De todos modos, algo hay de verdad al asumir que el poeta peruano trasciende al modernismo. Lo trasciende, sí, en el sentido de acendrarlo, sutilizarlo; pero conservándose leal, en lo más hondo, a lo que fue esencial en la gestión modernista: el respeto de la palabra hermosa y la fe en la belleza (que en él resultaria en el gusto por un léxico selecto y aristocrático, libre aún de los prosaísmos y asperezas que el coloquio posterior consentirá); el acuerdo con la música y la armonía del mundo (y en uno de sus Motivos, el titulado "Sintonismo", anota: "La naturaleza es un surtidor de sones finos y temerosos, exhalados por miríadas de entes frágiles"); la búsqueda, a través de las correspondencias simbólicas, de la integración en una unidad suprema de todo lo que al espíritu se le presenta, en su inmediatez, como escindido, dual, dialéctico y contradictorio. Apenas si la ironía roza esta poesía: esbelta y delgada, pero fuerte torre interior que resiste (incólume) los embates descructivistas y antiformales que las vanguardias lanzarán contra el ideario estético de los modernistas en el lenguaje y en la forma, y su pasión por la música y la belleza (todo lo cual, en Eguren, es bastión intocado).

¿Otro modernismo el de este poeta, diferente por reacción (aunque no fuera único en su caso) al brillante y tantas veces exterior de muchos escritores del período? De acuerdo, entonces. Otro modernismo, más esencial y depurado que por eso parece ya también poesía nueva, con respecto a aquel y, por tanto y para nosotros, poesía más próxima. Sin atribuir un excesivo determinismo a la cronología en cuestiones estéticas, no es ocioso recordar que la fecha de nacimiento de Eguren (1874) cae exactamente entre las de Guillermo Valencia (1873), Leopoldo Lugones (1874) y Julio Herrera y Reissig (1875)- es decir, entre nombres mayores de la segunda generación modernista. Pero es, sobre todo, debido a las razones intrínsecas anteriormente aludidas, por lo que José María Eguren no puede estar ausente en una antología de la poesía modernista. Y no es tampoco ocasional que, entre los recién citados (si bien por muy diferentes caminos), también a Lugones y a Herrera y Reissig les corresponda esa misma y privilegiada situación dual: de un modo u otro, cuestionan ya al modernismo desde dentro y, al hacerlo, anuncian el advenimiento de nuevos derroteros (y en Eguren, particularmente, el de la poesía pura de entreguerras). La historia (el futuro, la dinámica del arte) ya estaba con ellos en marcha.

Pues en esos poetas el irracionalismo y la desrealización, mecanismos básicos de la estética que vendrá, van a hacerse capitales en la creación poética. En Eguren, cualquiera que sea el estímulo exterior del poema (un detalle del paisaje, un dato de cultura, un motivo medieval, un asunto infantil) acaba por transmutarse en visiones interiores y desmaterializadas, donde ráfagas oníricas y alucinatorias van conformando un cuerpo verbal de alusiones, señas y símbolos cuyo único referente auténticos la interpretación subjetiva del mundo (no la realidad de ese mundo) que se ha operado en el orbe de los sueños y ensueños del poeta. Por ello se le ha tildado de oscuro y difícil. Mayor razón lleva Américo Ferrari cuando asienta que "sería más adecuado decir que se trata de una poesía secreta, porque se empeña en revelar un modo oculto, un mundo que cuando más se manifiesta y se revela en el verbo, más se oculta y cierra su secreto". Y este modo interiorizante, esencial y ambiguo de su palabra poética, tan preñada de sugestiones y visiones sorpresivas (que más que entregársela al lector, le hieren, deslumbran e inquietan) es quien le ratifica su absoluta modernidad a este extraño y visionario poeta del Perú.
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