sábado, 27 de septiembre de 2014

MARTÍN ADÁN

MARTÍN ADÁN

 BIOGRAFÍA Y OBRAS

Rafael de la Fuente Benavides fue el nombre civil de este escritor, cuya importancia en las letras hispanas lo sitúa entre los mayores creadores de este siglo. La vida de Martín Adán es un copioso afluente de una obra vasta y plural que empieza desde 1928 con poemas dispersos y La casa de cartón dentro del curso vanguardista de ruptura con la tradición. Hacia 1931 compone Aloysius Acker, poema de tono elegíaco; insatisfecho o atormentado por el resultado, destruye el Aloysius que solo nos ha llegado en fragmentos.
En esa misma época, Martín Adán participa del resurgimiento de las formas métricas tradicionales que brotan en el ambiente poético castellano. La creación en sonetos perfectos produce, a principios de la década de 1930, una versión primitiva de Travesía de extramares (Sonetos a Chopin), poemas que tratan la imagen del creador, la creación artística y la vida como una travesía marítima; pero que no llegarán a su forma final sino entre 1945 y 1950.
 Sus composiciones en metro llegan a su madurez al manifestar la sensibilidad moderna -que significa en él una percepción honda de la condición humana- dentro de una rigurosa expresión en verso. Sus poemas en torno a la contemplación de la rosa (La rosa de la espinela publicado en 1939 y Sonetos a la rosa de 1938, 1941 y 1942) son fruto maduro de entonces. Hacia 1932 ingresa a una etapa improductiva de probable crisis personal de la que saldrá con un trabajo crítico ambicioso y descomunal, De lo barroco en el Perú, con el que obtiene el grado de Doctor en Letras en 1938. Este ensayo de apreciación de la literatura peruana es de una gran elaboración; el esfuerzo es evidente en un trabajo bibliográfico erudito de la misma época; y, en especial, en una prosa barroca ejercitada incesantemente.
De lo barroco, reelaborado durante el primer lustro del decenio de 1940, da paso a la recreación de Travesía de extramares, que gana la densidad de la prosa de ese ensayo hasta hacerse hermético a la manera de Góngora. Consagra al escritor al obtener por él el Premio Nacional de Poesía de 1946. El libro llega a su publicación en 1950 con largas ampliaciones y modificaciones. Ya por entonces Adán es un poeta legendario. Su vida de bohemia intensa y largas estadías en sanatorios distrae de la difícil lectura de sus textos a un público propenso al mito y poco preparado para entender su poesía. A Travesía sigue un decenio de improductividad en el que Rafael de la Fuente se precipita en la indigencia y el radical descuido de su persona; ya académico de la lengua y con una aureola de aristocrática respuesta a un mundo en el que no tiene un lugar.
Hacia principios de la década de 1960, se recluirá en un sanatorio en un retiro radical del que no saldrá. En su apartamiento del mundo volverá a las formas del antiguo Aloysius, retomando su verso libre, su tono elegíaco y la depuración de su expresión hasta hacerla fluida y directa para expresar una trágica reflexión en torno a lo humano. Este ejercicio del verso libre se hará manifiesto en Escrito a ciegas, La mano desasida y La piedra absoluta cuyas primeras versiones aparecen a principios del decenio de 1960.
 La mano desasida, un sólo poema de cientos de páginas, es el eje de esta escritura desgarrada y directa. Desde 1966 volverá al soneto ya alejado de su estilo barroco de mediados de siglo pero siempre revelando la desolada condición humana: Mi Darío y Diario de poeta. Desde 1973, aproximadamente, dejó de escribir.

ARGUMENTO DE  “LA CASA DE CARTÓN”


Aunque La casa de cartón resulta ser una breve novela –o un poema en prosa, como han querido ver ciertos críticos atendiendo sobre todo al peculiar lenguaje empleado y a la casi ausencia de un hilo argumental– es, sin duda, el texto que por primera vez, en el proceso de nuestra narrativa, se sustenta en la visión de un adolescente que percibe una borrosa ciudad desde la neblina de Barranco, y lucha entre el arraigo de una fuerte tradición y los atisbos de una modernidad que empieza tímidamente a vislumbrarse.
Los 39 fragmentos de este libro comienzan con el monólogo de un adolescente que desde la humedad y desdibujamiento del invierno recuerda, por medio de un conjunto de experiencias discontinuas rememoradas, un verano que es para él espacio de autorreconocimiento. La aventura de este personaje bifronte –en realidad, más que distinguir al narrador y Ramón como dos sujetos independientes es conveniente asumirlos como un “yo” que se desdobla en un “otro” y que forman a fin de cuentas una sola entidad– es, como ha enfatizado Lauer, un ejercicio de evocación y exorcismo, pues el propósito fundamental del libro es el balance nostálgico de una experiencia irrescatable. Este doble personaje se nos presenta como el hipersensible “artista adolescente” (el intertexto joyceano es evidente) observador, tímido, irrespetuoso, ocioso, pero dueño, sobre todo, de una aguda conciencia crítica.
La muerte de Ramón adquiere así un espesor simbólico: su extinción aniquila con él ese mundo inmodificable y su destino va de la mano –no es arbitrario afirmarlo– con esa ejecución a plazos que el narrador sobreviviente –Rafael de la Fuente Benavides– cumplió lúcidamente en su vida y obra.

CRITICA LITERARIA

Esta breve novela aparecida en 1928, cuando los cánones narrativos estaban regidos en el Perú e Hispanoamérica por el indigenismo y regionalismo, respectivamente, le otorga a la literatura peruana un aura de renovación que anticipa las grandes transformaciones que sufriría la narrativa en nuestra lengua a partir de la década de 1940.
 “La casa de cartón aparece todavía en plena modernidad, cuando el modernismo hispanoamericano parecía estar agotándose, cuando en realidad estaba abriéndose hacia un modernismo de vanguardia; por eso, la novela de Martín Adán es fin de una etapa en el proceso de desarrollo de la novela peruana, y comienzo de otra etapa que, a causa de otra ruptura de signo realista o regionalista, tendría que esperar algunos años todavía para su plena fructificación en una nueva novela.”
Puede interpretarse este “comienzo” no sólo como el fructífero hallazgo de una nueva escritura ajena a los cánones regionalistas y realistas, sino como el feliz nacimiento de un sujeto literario, el adolescente urbano, que nutrirá una importante porción de la narrativa peruana de este siglo.
Una visión ambivalente de la ciudad, y de los códigos sociales y culturales que la rigen, sustenta su actitud, que se traduce en una actitud irresuelta de amor-negación, de reconocimiento de un mundo formal sancionado socialmente al que se le opone una débil subversión que anuncia el exilio mítico de su autor –Martín Adán–, y también la amargura e inacción de este adolescente que intuye que su “definición” y reconocimiento sólo puede ser cumplida cabalmente en la “indefinición”. Estamos, pues, ante la conquista de una identidad que sólo admite fracturas y negaciones.
Los motivos que centellean fugaces en estos fragmentos abordan los tópicos previsibles en toda experiencia adolescente: las primeras experiencias amorosas plenas de erotismo, pero atravesadas, al mismo tiempo, por una tenue culpa que busca romperse con el sarcasmo

La muerte de Ramón adquiere así un espesor simbólico: su extinción aniquila con él ese mundo inmodificable y su destino va de la mano –no es arbitrario afirmarlo– con esa ejecución a plazos que el narrador sobreviviente –Rafael de la Fuente Benavides– cumplió lúcidamente en su vida y obra.

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