Paleontólogo y filósofo francés,
n. en Sarcenat (Puy-de-Dôme) y m. en Nueva York. Su padre era un caballero hacendado
aficionado a los estudios de historia natural y el hijo pronto empezó a
compartir esta inclinación. A los 10 años ingresó en el Colegio de Jesuitas de
Villefranche-sur-Saône y, como adoptara la decisión de ingresar en la Compañía , pasó varios años
dedicado a los estudios eclesiásticos. Posteriormente sus desplazamientos a El
Cairo e Inglaterra le permitieron adquirir una competencia profesional en
materia de geología y paleontología, al tiempo que la lectura de Henri Bergson
despertaba su interés por la teoría de la evolución. En 1912 recibió las
órdenes sagradas. Durante la
I Guerra Mundial sirvió de camillero en la Sanidad del Ejército y fue
condecorado en dos ocasiones por actos de valor. En 1922, después de doctorarse
en la Sorbona ,
pasó a desempeñar el cargo de profesor de geología en el Instituto Católico de
París. Su primera expedición a China septentrional (1923-24) tuvo por resultado
el descubrimiento del hombre de Pekín (Sinanthropus pekinensis) y aseguró su
reputación en los círculos paleontológicos. Vuelto a Francia, sin embargo,
tropezó con la objeción de sus superiores religiosos; pronto fueron declaradas
heterodoxas sus ideas sobre el pecado original y la relación de éste con la
teoría evolutiva y se le prohibió ejercer la enseñanza. Regresó a China y de
1929 hasta el estallido de la
II Guerra Mundial fue asesor del Servicio de Levantamientos
Geológicos de China. Mientras tanto, continuó escribiendo sobre la filosofía de
la evolución.
En 1938 concluyó su obra capital,
Le phénomène humain (El fenómeno del hombre), pero ni ésta ni ninguna otra de
sus obras filosóficas pudieron ver la luz mientras vivió el autor. En 1947,
como consecuencia de la oposición que encontraba dentro de la Compañía , dejó de seguir
escribiendo sobre materias filosóficas y en 1948 desistió de presentar su
candidatura a una cátedra del Collège de France. En 1951 se trasladó a Estados
Unidos bajo los auspicios de la Fundación Wenner-Gren.
En 1955, el mismo año de su muerte, aparecía publicada su obra Le phénomène
humain; en 1956, L 'apparition
de l'homme, y en 1959, L 'avenir
de l'homme, continuación, como la anterior, de la primera.
Según Teilhard de Chardin, una
comprensión completa y coherente del fenómeno del hombre presupone dos cosas:
1) la creciente preeminencia del pensamiento en la constitución del universo; y
2) la naturaleza orgánica de la sociedad humana. Basándose en estas premisas,
emprendió la tarea de interpretar el panorama de la evolución cósmica como una
aventura de la biogénesis. Así, según su teoría, el universo, a medida
que evoluciona de lo extremadamente sencillo a lo extremadamente complejo,
muestra un proceso evolutivo de «involución orgánica». Esta involución va
ligada a un aumento correlativo de «interiorización». En otras palabras, cuanto
más complejo sea el organismo tanto más elevado será el desarrollo de la mente.
De esta forma, la evolución del organismo social aparece como la emergencia
gradual de una mente social (nooesfera), que termina por converger en Dios
(Omega). Así, el fenómeno del origen animal del hombre y de su evolución se
manifiesta como un fenómeno cristiano.
¿Cuál es la posición de la Iglesia Católica
con respecto a las teorías de la
Evolución ?
La actitud de la Iglesia de cara a las
teorías de la evolución, que son varias, es de prudencia. Reconoce que parten
de hipótesis científicas serias, dignas de ser tenidas en cuenta, pero que hay
que estar atentos de cara a su interpretación. No es admisible, por ejemplo,
una interpretación de tipo materialista, que excluya la causalidad divina. De
cara al origen del hombre, se podría admitir la posibilidad de una evolución en
cuanto al cuerpo, pero sabemos por la Revelación , así como por una sana filosofía, que
el alma humana, que es espiritual, no puede surgir de la materia, sino que implica
una creación directa por parte de Dios.
La ciencia podrá explicar cómo ha
ido evolucionando el cuerpo, cosa que la Iglesia no sólo no tendrá problemas en aceptar,
sino que la acogerá, pero lo que nunca podrá probar la ciencia es que “haya
evolucionado el alma”.
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