sábado, 20 de septiembre de 2014

TEILHARD DE CHARDIN, PIERRE

(1881-1955)

Paleontólogo y filósofo francés, n. en Sarcenat (Puy-de-Dôme) y m. en Nueva York. Su padre era un caballero hacendado aficionado a los estudios de historia natural y el hijo pronto empezó a compartir esta inclinación. A los 10 años ingresó en el Colegio de Jesuitas de Villefranche-sur-Saône y, como adoptara la decisión de ingresar en la Compañía, pasó varios años dedicado a los estudios eclesiásticos. Posteriormente sus desplazamientos a El Cairo e Inglaterra le permitieron adquirir una competencia profesional en materia de geología y paleontología, al tiempo que la lectura de Henri Bergson despertaba su interés por la teoría de la evolución. En 1912 recibió las órdenes sagradas. Durante la I Guerra Mundial sirvió de camillero en la Sanidad del Ejército y fue condecorado en dos ocasiones por actos de valor. En 1922, después de doctorarse en la Sorbona, pasó a desempeñar el cargo de profesor de geología en el Instituto Católico de París. Su primera expedición a China septentrional (1923-24) tuvo por resultado el descubrimiento del hombre de Pekín (Sinanthropus pekinensis) y aseguró su reputación en los círculos paleontológicos. Vuelto a Francia, sin embargo, tropezó con la objeción de sus superiores religiosos; pronto fueron declaradas heterodoxas sus ideas sobre el pecado original y la relación de éste con la teoría evolutiva y se le prohibió ejercer la enseñanza. Regresó a China y de 1929 hasta el estallido de la II Guerra Mundial fue asesor del Servicio de Levantamientos Geológicos de China. Mientras tanto, continuó escribiendo sobre la filosofía de la evolución.
En 1938 concluyó su obra capital, Le phénomène humain (El fenómeno del hombre), pero ni ésta ni ninguna otra de sus obras filosóficas pudieron ver la luz mientras vivió el autor. En 1947, como consecuencia de la oposición que encontraba dentro de la Compañía, dejó de seguir escribiendo sobre materias filosóficas y en 1948 desistió de presentar su candidatura a una cátedra del Collège de France. En 1951 se trasladó a Estados Unidos bajo los auspicios de la Fundación Wenner-Gren. En 1955, el mismo año de su muerte, aparecía publicada su obra Le phénomène humain; en 1956, L'apparition de l'homme, y en 1959, L'avenir de l'homme, continuación, como la anterior, de la primera.
Según Teilhard de Chardin, una comprensión completa y coherente del fenómeno del hombre presupone dos cosas: 1) la creciente preeminencia del pensamiento en la constitución del universo; y 2) la naturaleza orgánica de la sociedad humana. Basándose en estas premisas, emprendió la tarea de interpretar el panorama de la evolución cósmica como una aventura de la biogénesis. Así, según su teoría, el universo, a medida que evoluciona de lo extremadamente sencillo a lo extremadamente complejo, muestra un proceso evolutivo de «involución orgánica». Esta involución va ligada a un aumento correlativo de «interiorización». En otras palabras, cuanto más complejo sea el organismo tanto más elevado será el desarrollo de la mente. De esta forma, la evolución del organismo social aparece como la emergencia gradual de una mente social (nooesfera), que termina por converger en Dios (Omega). Así, el fenómeno del origen animal del hombre y de su evolución se manifiesta como un fenómeno cristiano.

¿Cuál es la posición de la Iglesia Católica con respecto a las teorías de la Evolución?
La actitud de la Iglesia de cara a las teorías de la evolución, que son varias, es de prudencia. Reconoce que parten de hipótesis científicas serias, dignas de ser tenidas en cuenta, pero que hay que estar atentos de cara a su interpretación. No es admisible, por ejemplo, una interpretación de tipo materialista, que excluya la causalidad divina. De cara al origen del hombre, se podría admitir la posibilidad de una evolución en cuanto al cuerpo, pero sabemos por la Revelación, así como por una sana filosofía, que el alma humana, que es espiritual, no puede surgir de la materia, sino que implica una creación directa por parte de Dios.
La ciencia podrá explicar cómo ha ido evolucionando el cuerpo, cosa que la Iglesia no sólo no tendrá problemas en aceptar, sino que la acogerá, pero lo que nunca podrá probar la ciencia es que “haya evolucionado el alma”.

La Iglesia acepta que para la creación del hombre, Dios se pudo valer de una “materia” que ya existía (los homínidos) y que perfeccionó, a la que añadió el alma espiritual y racional, creando así al hombre. Además la Iglesia enseña que Dios no sólo dio el alma al primer hombre, sino que la da a cada hombre que viene al mundo, que la crea. Con esto rechaza cualquier interpretación que diga que todo el hombre (alma y cuerpo) descienden del mono, porque si toda alma es creada por Dios, ya no hay lugar para la evolución.

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