RUBÉN DARÍO
Nació el 18 de enero de 1867 en Metapa, hoy Ciudad Darío, Matagalpa
Nicaragua. Seudónimo del gran poeta nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento,
iniciador y máximo representante del Modernismo hispanoamericano. Su familia
era conocida por el apellido de un abuelo, "la familia de los Darío",
y el joven poeta, en busca de eufonía, adoptó la fórmula "Rubén
Darío" como nombre literario de batalla.
Con una dichosa facilidad para el ritmo y la rima creció
Rubén Darío en medio de turbulentas desavenencias familiares, tutelado por
solícitos parientes y dibujando con palabras en su fuero interno sueños
exóticos, memorables heroísmos y tempestades sublimes. Pero ya en su época toda
esa parafernalia de prestigiosos tópicos románticos comenzaba a desgastarse y
se ofrecía a la imaginación de los poetas como las armas inútiles que se
conservan en una panoplia de terciopelo ajado. Rubén Darío estaba llamado a
revolucionar rítmicamente el verso castellano, pero también a poblar el mundo
literario de nuevas fantasías, de ilusorios cisnes, de inevitables celajes, de
canguros y tigres de bengala conviviendo en el mismo paisaje imposible.
Casi por azar nació Rubén en una pequeña ciudad nicaragüense llamada
Metapa, pero al mes de su alumbramiento pasó a residir a León, donde su madre,
Rosa Sarmiento, y su padre, Manuel García, habían fundado un matrimonio
teóricamente de conveniencias pero próspero sólo en disgustos. Para hacer más
llevadera la mutua incomprensión, el incansable Manuel se entregaba
inmoderadamente a las farras y ahogaba sus penas en los lupanares, mientras la
pobre Rosa huía de vez en cuando de su cónyuge para refugiarse en casa de
alguno de sus parientes. No tardaría ésta en dar a luz una segunda hija,
Cándida Rosa, que se malogró enseguida, ni en enamorarse de un tal Juan Benito
Soriano, con el que se fue a vivir arrastrando a su primogénito a "una
casa primitiva, pobre y sin ladrillos, en pleno campo", situada en la
localidad hondureña de San Marcos de Colón.
No obstante, el pequeño Rubén volvió pronto a León y pasó a residir
con los tíos de su madre, Bernarda Sarmiento y su marido, el coronel Félix
Ramírez, los cuales habían perdido recientemente una niña y lo acogieron como
sus verdaderos padres. Muy de tarde en tarde vio Rubén a Rosa Sarmiento, a
quien desconocía, y poco más o menos a Manuel, por quien siempre sintió
desapego, hasta el punto de que el incipiente poeta firmaba sus primeros
trabajos escolares como Félix Rubén Ramírez.
Durante su primeros años estudió con los jesuitas, a los que dedicó
algún poema cargado de invectivas, aludiendo a sus "sotanas
carcomidas" y motejándolos de "endriagos"; pero en esa etapa de
juventud no sólo cultivó la ironía: tan temprana como su poesía influida por
Bécquer y por Victor Hugo fue su vocación de eterno enamorado. Según propia
confesión en la
Autobiografía , una maestra de las primeras letras le impuso
un severo castigo cuando lo sorprendió "en compañía de una precoz
chicuela, iniciando indoctos e imposibles Dafnis y Cloe, y según el verso de
Góngora, las bellaquerías detrás de la puerta".
Antes de cumplir quince años, cuando los designios de su corazón se
orientaron irresistiblemente hacia la esbelta muchacha de ojos verdes llamada
Rosario Emelina Murillo, en el catálogo de sus pasiones había anotado a una
"lejana prima, rubia, bastante bella", tal vez Isabel Swan, y a la
trapecista Hortensia Buislay. Ninguna de ellas, sin embargo, le procuraría
tantos quebraderos de cabeza como Rosario; y como manifestara enseguida a la
musa de su mediocre novela sentimental Emelina sus deseos de contraer inmediato
matrimonio, sus amigos y parientes conspiraron para que abandonara la ciudad y
terminara de crecer sin incurrir en irreflexivas precipitaciones.
En agosto de 1882 se encontraba en El Salvador, y allí fue recibido
por el presidente Zaldívar, sobre el cual anota halagado en su Autobiografía:
"El presidente fue gentilísimo y me habló de mis versos y me ofreció su
protección; mas cuando me preguntó qué es lo que yo deseaba, contesté con estas
exactas e inolvidables palabras que hicieron sonreír al varón de poder:
"Quiero tener una buena posición social"."
En este elocuente episodio, Rubén expresa sin tapujos sus ambiciones
burguesas, que aún vería más dolorosamente frustradas y por cuya causa habría
de sufrir todavía más insidiosamente en su ulterior etapa chilena. En Chile
conoció también al presidente suicida Balmaceda y trabó amistad con su hijo,
Pedro Balmaceda Toro, así como con el aristocrático círculo de allegados de
éste; sin embargo, para poder vestir decentemente, se alimentaba en secreto de
"arenques y cerveza", y a sus opulentos contertulios no se les
ocultaba su mísera condición. Publica en Chile, a partir de octubre de 1886,
Abrojos, poemas que dan cuenta de su triste estado de poeta pobre e incomprendido,
y ni siquiera un fugaz amor vivido con una tal Domitila consigue enjugar su
dolor.
Para un concurso literario convocado por el millonario Federico Varela
escribe Otoñales, que obtiene un modestísimo octavo lugar entre los
cuarenta y siete originales presentados, y Canto épico a las glorias de
Chile, por el que se le otorga el primer premio, compartido con Pedro
Nolasco Préndez, y que le reporta la módica suma de trescientos pesos.
En 1888 publicó la primera recopilación de sus poemas que se llama Epístolas
y poemas (1885), es en este año que la auténtica valía de Rubén Darío se da
a conocer con la publicación de Azul, libro encomiado desde España por
el a la sazón prestigioso novelista Juan Valera, cuya importancia como puente
entre las culturas española e hispanoamericana ha sido brillantemente estudiada
por María Beneyto. Las cartas de Juan Valera sirvieron de prólogo a la nueva
reedición ampliada de 1890, pero para entonces ya se había convertido en
obsesiva la voluntad del poeta de escapar de aquellos estrechos ambientes
intelectuales, donde no hallaba ni el suficiente reconocimiento como artista ni
la anhelada prosperidad económica, para conocer por fin su legendario París.
El 21 de junio de 1890 Rubén contrajo matrimonio con una mujer con la
que compartía aficiones literarias, Rafaela Contreras, pero sólo al año
siguiente, el 12 de enero, pudo completarse la ceremonia religiosa,
interrumpida por una asonada militar. Más tarde, con motivo de la celebración
del cuarto Centenario del Descubrimiento de América, vio cumplidos sus deseos
de conocer el Viejo Mundo al ser enviado como embajador a España.
El poeta desembarcó en La
Coruña el 1 de agosto de 1892 precedido de una celebridad que
le permitirá establecer inmediatas relaciones con las principales figuras de la
política y la literatura españolas, pero, desdichadamente, su felicidad se ve
ensombrecida por la súbita muerte de su esposa, acaecida el 23 de enero de
1893, lo que no hace sino avivar su tendencia, ya de siempre un tanto
desaforada, a trasegar formidables dosis de alcohol.
En 1892 aparecen otras obras famosas de Rubén Darío que son Prosas
Profanas y Otros Poemas. Precisamente en estado de embriaguez fue
poco después obligado a casarse con aquella angélica muchacha que había sido
objeto de su adoración adolescente, Rosario Emelina Murillo, quien le hizo
víctima de uno de los más truculentos episodios de su vida. Al parecer, el
hermano de Rosario, un hombre sin escrúpulos, pergeñó el avieso plan, sabedor
de que la muchacha estaba embarazada. En complicidad con la joven, sorprendió a
los amantes en honesto comercio amoroso, esgrimió una pistola, amenazó con
matar a Rubén si no contraía inmediatamente matrimonio, saturó de whisky al
cuitado, hizo llamar a un cura y fiscalizó la ceremonia religiosa el mismo día
8 de marzo de 1893.
Naturalmente, el embaucado hubo de resignarse ante los hechos, pero no
consintió en convivir con el engaño: habría de pasarse buena parte de su vida
perseguido por su pérfida y abandonada esposa. Lo cierto es que Rubén concertó
mejor apaño en Madrid con una mujer de baja condición, Francisca Sánchez, la
criada analfabeta de la casa del poeta Villaespesa, en la que encontró refugio
y dulzura. Con ella viajará a París al comenzar el siglo, tras haber ejercido
de cónsul de Colombia en Buenos Aires y haber residido allí desde 1893 a 1898, así como tras
haber adoptado Madrid como su segunda residencia desde que llegara, ese último
año, a la capital española enviado por el periódico La Nación. Escribe Los
raros en 1896
Se inicia entonces para él una etapa de viajes entusiastas Italia,
Inglaterra, Bélgica, Barcelona, Mallorca... y es acaso entonces cuando escribe
sus libros más valiosos: Cantos de vida y esperanza (1905), El canto
errante (1907), El poema de otoño (1910), El oro de Mallorca
(1913). Pero debe viajar a Mallorca para restaurar su deteriorada salud, que ni
los solícitos cuidados de su buena Francisca logran sacar a flote. Por otra
parte, el muchacho que quería alcanzar una "buena posición social",
no obtuvo nunca más que el dinero y la respetabilidad suficientes como para
vivir con frugalidad y modestia, y de ello da fe un elocuente episodio de 1908,
relacionado con el extravagante escritor español Alejandro Sawa, quien muchos
años antes le había servido en París de guía para conocer al perpetuamente
ebrio Verlaine.
Sawa, un pobre bohemio, viejo, ciego y enfermo, que había consagrado
su orgullosa vida a la literatura, le reclamó a Rubén la escasa suma de
cuatrocientas pesetas para ver por fin publicada la que hoy es considerada su
obra más valiosa, Iluminaciones en la sombra, pero éste, al parecer, no estaba
en disposición de facilitarle este dinero y se hizo el desentendido, de modo
que Sawa, en su correspondencia, acabó por pasar de los ruegos a la justa
indignación, reclamándole el pago de servicios prestados. Según declara ahora,
él habría sido el autor o negro, en argot editorial de algunos artículos
remitidos en 1905 a
La Nación y
firmados por Rubén Darío. En cualquier caso, será al fin el poeta nicaragüense
quien, a petición de la viuda de Alejandro Sawa, prologará enternecido el
extraño libro póstumo de ese "gran bohemio" que "hablaba en
libro" y "era gallardamente teatral", citando las propias
palabras de Rubén.
Y es que al final de su vida, el autor de Azul no estaba en
disposición de favorecer a sus amigos más que con su pluma, cuyos frutos ni aun
en muchos casos le alcanzaban para pagar sus deudas, pero ganó, eso sí, el
reconocimiento de la mayoría de los escritores contemporáneos en lengua
española y la obligada gratitud de todos cuantos, después que él, han intentado
escribir un alejandrino en este idioma. Rubén Darío falleció el 6 de febrero de
1916 en León Nicaragua, la noticia llenó de tristeza a la comunidad intelectual
hispanoparlante.
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