JOHANNES
BRAHMS
Johannes Brahms nació en Hamburgo el 7 de mayo de 1833.
Compositor alemán. En una época en que la división entre partidarios y
detractores de Richard Wagner llegó a su grado más alto, la figura de Brahms
encarnó para muchos de sus contemporáneos el ideal de una música continuadora
de la tradición clásica y de la primera generación romántica, opuesta a los
excesos y las megalomanías wagnerianos.
No por ello cabe considerarlo un músico conservador: como
bien demostró en las primeras décadas del siglo XX un compositor como Arnold
Schönberg, la obra del maestro de Hamburgo se situaba mucho más allá de la mera
continuación de unos modelos y unas formas dados, para presentarse cargada de
posibilidades de futuro. Su original concepción de la variación, por ejemplo,
sería asimilada provechosamente por los músicos de la Segunda Escuela de
Viena.
Respetado en su tiempo como uno de los más grandes
compositores y considerado a la misma altura que Bach y Beethoven, con los que
forma las tres míticas «B» de la historia de la música, Brahms nació en el seno
de una modesta familia en la que el padre se ganaba la vida tocando en tabernas
y cervecerías. Músico precoz, el pequeño Johannes empezó pronto a acompañar a
su progenitor al violín interpretando música de baile y las melodías entonces
de moda.
Al mismo tiempo estudiaba teoría musical y piano, primero
con Otto Cossel y más tarde con Eduard Marxsen, un gran profesor que supo ver
en su joven alumno un talento excepcional, mucho antes de que éste escribiera
su Opus 1. Marxsen le proporcionó una rigurosa formación técnica basada en los
clásicos, inculcándole también la pasión por el trabajo disciplinado, algo que
Brahms conservó toda su vida: a diferencia de algunos de sus contemporáneos que
explotaron la idea del artista llevado del arrebato de la inspiración, del
genio, el creador del Réquiem alemán dio siempre prioridad especial a la
disciplina, el orden y la mesura.
Excelente pianista, se presentó en público el 21 de
septiembre de 1848 en su ciudad natal con gran éxito, pese a que, más que la
interpretación, su verdadera vocación era la composición. En el arduo camino
que siguió hasta alcanzar tal meta, Marxsen constituyó un primer eslabón, pero
el segundo y quizá más importante fue Robert Schumann. Tras una corta estancia
en Weimar, ciudad en la que conoció a Franz Liszt, Brahms se trasladó a
Düsseldorf, donde entabló contacto con Schumann, quien quedó sorprendido ante
las innegables dotes del joven artista. La amistad entre ambos, así como entre
el compositor y la esposa del autor de Manfred, se mantuvo durante toda su
vida.
Siguiendo los pasos de Beethoven, en 1869 Brahms fijó su
residencia en Viena, capital musical de Europa desde los tiempos de Mozart y
Haydn. Allí se consolidó su personal estilo, que, desde unos iniciales
planteamientos influidos por la lectura de los grandes de la literatura
romántica alemana y cercanos a la estética de Schumann, derivó hacia un
posicionamiento más clásico que buscaba sus modelos en la tradición de los
clásicos vieneses y en la pureza y austeridad de Bach.
Brahms, que al principio de su carrera se había centrado
casi exclusivamente en la producción pianística, abordó entonces las grandes
formas instrumentales, como sinfonías, cuartetos y quintetos, obras todas ellas
reveladoras de un profundo conocimiento de la construcción formal. A diferencia
de la mayoría de sus contemporáneos, y al igual que su rival Bruckner, fue
partidario de la música abstracta y nunca abordó ni el poema sinfónico ni la
ópera o el drama musical. Donde se advierte más claramente su inspiración
romántica es en sus numerosas colecciones de lieder. En el resto de su
producción, de una gran austeridad y nobleza de expresión, eludió siempre
cualquier confesión personal. Falleció en Viena, 1897.
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